UC - Entrevistas
Nacida en Barcelona en 1968, Licenciada en Bellas Artes, después de varios cortometrajes debutó en 1996 en el largo con la película colectiva 'El Dominio de los Sentidos', realizando el episodio 'El gusto' (el resto de episodios los firmaron Judith Colell, Isabel Gardela, María Ripoll y Nuria Olivé–Belles). En el año 2000 realizó el telefilm 'Atrápala', codirigido junto al cineasta londinense Dominic Harari, junto el cual, también rodaría 'Seres queridos' (2004), que recibió el Gran Premio del Jurado en el Festival Internacional de Cine Cómico de Alpe d’Huez (Francia) y el Premio Platinum a la Mejor Película y al Mejor Guión en el Festival de Cine Cómico de Montecarlo. También, ha sido co-guionista de 'Novios' (Joaquín Oristrell, 1999), 'Sin Vergüenza' (Joaquín Oristrell, 2001), 'La Isla del Holandés' (Sígfrid Monleón, 2001), 'Inconscientes' (Joaquín Oristrell, 2004) o 'Total Siyapaa' (Eeshwar Nivas, 2014). |
-Normalmente en las películas románticas no se suele decir que el amor tiene fecha de caducidad, y el amor se retrata de forma muy ideal. Vuestra película en ese sentido es diferente, pese a ser una comedia romántica clásica.
La mayoría de relaciones no funciona, es muy complicado. En este caso, estos dos personajes no están preparados para estar juntos, ellos quieren estar juntos pero necesitan otras cosas. Él necesita crecer porque es un niño y descentralizarse, que está todo centralizado en él. Ella necesita experimentar otras cosas, porque tiene unas ansiedades y unas inquietudes que la llevan del revés, la llevan demasiado fuera de ella misma. En la película hay momentos de “ahora sí, ahora no”. Si hubiésemos tenido otro final, sería como mentira.
-Yo creo que ese final se acerca mucho más a la realidad.
Sí, además yo conozco a mucha gente que dice “nos encontramos al cabo de 10 años y todo era diferente”, porque no somos las mismas personas al cabo de 10 años. Hemos madurado, hemos tenido distintas experiencias…yo conozco a gente que dice “mira éramos novios desde el colegios, después los dos nos casamos, nos divorciamos y fuimos un día a cenar y estamos juntos”.
-¿Qué comida es la que Teresa relaciona con el amor?
¡Las palomitas! Pues cualquier cosa que esté cocinada con amor.
-Me parece que relacionar el universo culinario y el del amor, ha sido muy acertado.
La verdad es que si cocinas algo intentas cocinarlo con amor y si la persona para la que lo has cocinado lo rechaza, es como si te rechazase a ti. Yo tengo amigos cuyos padres se dejaron de hablar durante años. Las dos familias dejaron de hablarse porque el padre de él era italiano y la madre de ella cocinó lasaña, era inglesa. Entonces él le dijo “esto está muy bueno, pero no es lasaña”, los echó de la casa y durante años no se volvieron a hablar.
-Hay una parte en la película que es muy real, cuando cocinan juntos. Hay dos partes, cuando cocinan juntos y se llevan bien y cuando cocinan juntos y se llevan mal.
Eso nosotros lo coreografiamos como si fuera un ballet, lo tuvimos muy ensayado y la idea era que estaban totalmente compaginados. Entonces, después cuando ella se ha vuelto vegetariana y están con esa guerra agresivo-pasiva que llevan, es al contrario. Se chocan en la cocina, no coinciden, se obstaculizan el uno al otro. Entonces ya no pueden compartir ese espacio de la cocina. Todo era una metáfora de lo que estaba pasando en ese momento en la relación.
-Es curioso que la película se desarrolle en Irlanda, estando España en la cumbre de la cocina mundial y precisamente Irlanda no destaca por ello, o por lo menos es la idea que se tiene. ¿Has querido transmitir en la película, que como con la comida, el amor se puede encontrar en los sitios más insospechados?
Sí, pero te digo una cosa de Irlanda, sobre todo de Dublín, ha experimentado una revolución gastronómica en los últimos años. Hay grandes restaurantes y grandes chefs en Dublín. Ya no es el mismo Dublín que era, entonces Oliver representa a una nueva generación, que no es la generación del padre que se contenta con el estofado. Oliver ha salido fuera, ha experimentado otra comida y representa otra generación de irlandeses que tienen una relación con la comida muy diferente.
-Es un personaje que no se conforma con lo básico como el estofado o la casa que tiene. Es una generación que quiere tener más.
Quiere escapar, por eso tenemos ese plano recurrente de él corriendo de la casa. Lo que no se da cuenta es del cordón umbilical que todavía le queda allí, hace como que no existe. Después comprende que no hay tanta diferencia entre sus padres y él. Que si él quiere estar con Bibiana va a tener que hacer el mismo compromiso que hicieron sus padres y las generaciones anteriores. Llega un momento, que de lo que se trata es de estar juntos y de hacerlo funcionar.
-Todos los personajes interiorizan sus sentimientos.
Sí, para un guionista y un escritor es muy importante que los personajes interioricen los sentimientos, porque entonces actúan irracionalmente. Lo que están enterrando, justifica las acciones. A mi me parece más interesante que un drama en el que todo el mundo dice lo que está pensando, porque puedes conseguir diferentes niveles de drama. Lo importante es que el espectador lo sepa, que sepa que hay algo ahí dentro que no está saliendo. Es un trabajo de misterio emocional. Me parece mucho más interesante cuando los personajes se guardan las cosas y sobe todo cuando no saben que se las están guardando. Cuando actúan de una manera pero es todo freudiano. Hay mucho Freud en nuestros guiones, en “Inconscientes” e incluso en “Sin Vergüenza”.
-Hay una locura espontánea, que siempre se agradece en una comedia. También hay drama, como en la escena del padre, con la que mucha gente se puede sentir identificado.
Yo creo en llevar las emociones muy alto, y después bajarlas de golpe. No siempre es fácil para el espectador, pero me gusta jugar con diferentes niveles de emociones. Creo que es importante en una comedia, llevarla a un terreno así. Cuando rodábamos la escena, muchos técnicos irlandeses dijeron que ese personaje era su padre, decían que era un padre muy irlandés. Pero estas cosas son universales. Nos pasó cuando hicimos “Seres Queridos”, que era de una familia judía y la pasamos por todo el mundo, y todos nos decían que era su familia. Fuese la cultura que fuese. Son más las cosas que nos unen, que las que nos separan.
-La película está codirigida, ¿cómo es la dinámica al ser un hombre y una mujer los que dirigen una comedia romántica?
El tema de ser una pareja y escribir una comedia romántica es peligroso, porque si no pones cuidado te encuentras escribiendo sobre ti misma, sobre nosotros. Pensamos que no es personal, que solo son negocios. Cuando estoy escribiendo una escena de Oliver, no estoy escribiendo sobre ti y cuando escribo algo y me lo tiras a la basura, no es que no me quieras. Llevamos muchos años haciéndolo y es una gimnasia, hay que entrenarse. Desde el punto de vista práctico, lo que hacemos es preparar la película muy bien y hablarlo todo mucho. Como escribimos el guión juntos, tenemos la misma película en la cabeza y cuando llega el rodaje tomamos todas las decisiones en conjunto. Cuando se acaba la toma, miramos lo que ha ido bien, lo que ha ido mal. Pero cuando se trata de hablar de lo que queremos, él va más con los actores y yo al tema de cámaras y más visual. Con eso ganamos mucho tiempo. Después, lo que nos hemos prometido, es que si alguno de los dos quiere intentar algo, el otro no le detendrá. En un rodaje siempre vas a contratiempo, en cada toma sudas sangre y piensas que te va a retrasar, si alguno de los codirectores dice que le gustaría probar algo, el otro dice que no hay tiempo. Entonces nos hemos prometido que no, que si alguno de nosotros quiere intentar algo, tiene la libertad absoluta de hacerlo. Es como un contrato.
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